«La novela negra no es políticamente correcta»
Esta historia – cuya reseña pueden ver aquí – me provocó una serie de emociones que me obligaron a revisar el estado actual de la literatura.
En principio, quiero contextualizar: novela negra corresponde al mismo género de origen que la policial, con la diferencia de que en esta el caso no es lo importante, sino el ambiente y desarrollo de los personajes. Por otro lado, los personajes distan por completo de ser héroes perfectos o conceptos clásicos de bondad en contra de maldad; muy lejos de los negros y blancos, aquí hay una enorme escala de grises que no permite decidir con facilidad a quién apoyar.
La novela negra es un género que siempre ha sido polémico, pero que hoy con mucha más fuerza es una contracorriente a casi todo lo que es popular. Basta dar una vuelta por los más leídos o vendidos en sitios y librerías, y está inundado de: otra historia de chico malo que enamora a chica de personalidad nula y sin carácter; otro mundo de fantasía donde un héroe perfecto o un grupo de personajes apropiados deben salvar el mundo de algún señor oscuro; otra distopía futurista con malvados adultos vestidos de blanco y adolescentes que salvarán al mundo luciendo fabulosos; y cómo olvidar, otra historia de una raza random que amenaza el planeta, pero cuyo representante es endiabladamente guapo para que se vuelva el interés amoroso de una protagonista básica.
Y es en este océano de historias cómodas y con lugares comunes en donde la novela negra hace su trabajo por el solo hecho de existir. En Los lobos de Praga, para ejemplificar, Stern puede ser el protagonista, pero no es un héroe, algo reconocido por él mismo; se reconoce impetuoso, débil y ciego, admite que se obnubiló por el sexo y la ambición, y aunque debe resolver un crimen, no lo hace por defender el deslucido estandarte de la justicia.
Todos los personajes traman algo; hay quienes quieren poder, otros que están asustados, y quienes ven la oportunidad de conseguir un provecho personal. La historia en sí es incómoda, porque no solo nos habla de muertes sin sentido y la inexistencia de justicia, sino que lo hace en un ambiente sombrío y desagradable, incluso en las locaciones más lujosas. Nada aquí se trata de corrección ni idealización, sino de mostrar un mundo realista en donde un final no es tanto feliz como lógico, y llega un momento en donde es difícil decidir quién merece un buen final y quién no.
Este realismo, que está adornado con metáforas y un muy buen lenguaje tiene como objetivo adentrarnos como lectores en el mundo duro de Praga, que es solo una representación más del mundo que nos rodea, uno de miles de complicados matices.
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Nos leemos.
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