«Un tesoro para los amantes de los libros»
Las casas de viejos o librerías de usados son parte de nuestra sociedad, y en particular, de los que cuando éramos estudiantes no teníamos internet.
Se trata de un mundo muy especial; parecen funcionar en una frecuencia propia, en donde el tiempo se ha detenido o avanza a su propio ritmo. El pulcro orden de las estanterías de las caras y modernas es reemplazado por las sencillas pero resistentes repisas de estos lugares, y ahí se pueden encontrar tesoros magníficos que en ningún otro sitio es posible.
En sitios como ese compré Martin Rivas de la colección de la revista Ercilla. O uno de los tomos de la saga Penhaligon o diccionarios El bolsón escolar.
De pronto podría parecer que estos lugares están en peligro de extinción, y esto es cierto, pero existe un oasis en plena selva de cemento; hoy quiero invitarlos a Libros de ocasión, un lugar en donde hay tanto para leer que es difícil saber por dónde empezar.
Es muy sencillo llegar: Avenida Matta con San Diego, es decir a unos diez minutos de alameda o Vicuña Mackenna y a pocos pasos del metro, y desde ahí escasa cuadra y media hacia el sur; hace poco unos artistas pintaron la fachada y quedó muy bonita.
El dueño y su hija me saludan. Les cuento que quiero sacar algunas fotos y hacer una entrevista, y se responden que por supuesto, que pase.
Lo primero que llega es el olor a libro antiguo; esa mezcla de sensaciones y recuerdos que inundan al entrar. Después, la enorme cantidad de material, y el salón amoblado en el medio; sin contar el sillón dedicado a los gatos, uno puede sentarse y hojear un libro, o conversar con calma.
Vuelvo de mi ronda de fotos y le comento a don Héctor que paso cada cierto tiempo; rápido, me reta y dice que debería pasar más seguido.
Don Héctor me saluda y me conduce hacia un sector concreto donde tiene una silla y podemos conversar en paz; de todos modos se trata de un lugar que invita a la tranquilidad. De pronto me doy cuenta de que quiero preguntar tantas cosas, pero tengo que concentrarme y resumir.
—¿Cómo se siente teniendo esta librería en contraste con el comercio actual?
—Mire, a mí desde un punto de vista comercial no me conviene; si me dedicara a cualquier otra cosa, pero no. Pero sucede que me gustan los libros.
—Usted lo pasa muy bien aquí.
—Sí, me gusta esto, pero no leo actualmente; me operaron de la vista y no puedo ahora.
Lo dice resuelto; ya es una realidad, pero al menos lo comido y lo leído no se lo pueden quitar.
—¿Qué es lo que más le ha gustado leer a lo largo del tiempo?
—Novela, de cabro chico. De ahí policiales, historia; hubo un tiempo en que me dio por leer biografías, me impresionó mucho Fouché –el político francés.
—Le gusta el ambiente de la librería.
—Sí, el olor a libro es diferente; yo no he leído nunca un libro en el computador, además que no sé nada de tecnología.
Bromea un rato con el asunto tecnológico, sin complicarse; además tiene razón en que leer un libro en físico es por completo distinto como experiencia.
—En la actualidad la gente joven está acostumbrada a lugares pulcros, ordenados y muy perfectos ¿Qué le diría usted a esos jóvenes que es el principal encanto de este lugar?
—Que la vengan a conocer. Pero eso sí, yo tengo mucho cliente joven, incluso yo diría que ahora los jóvenes están leyendo más que años antes.
—Ahora no está mal visto leer como antes —acoto—. Hubo una época en donde prácticamente había que leer solo los libros del colegio.
—Y leer por obligación es muy pesado. Cuando estaba en el Pedagógico me mandaron a leer Chile una loca geografía; no lo pude terminar ¡Porque me estaban obligando! Y eso que yo leía muchísimo; si me mandaban a comprar y se extrañaban que me demoraba en volver. Me salían a buscar y ahí venía yo leyendo por la calle.
—Usted hace una gran labor porque leer siempre ha sido caro.
—Pero acá no. Esta es la librería más barata de Santiago.
Tiene razón. Aquí uno encuentra novelas, compilados de cuentos o biografías por mil, dos mil pesos o más. Hay de todos los géneros, pero no solo eso, también hay un espacio para discos clásicos.
—¿Cómo surge la idea de regalar libros?
—Mire, para empezar yo no botaría un libro. Menos lo rompería. Entonces un día agarré libros que no tenían salida, los puse afuera y duraron uno o dos días.
Ahora saqué material de escritores conocidos o escolar, a mil o dos mil pesos, y son buenos libros.
—También tiene libros como los que tenía la Ercilla.
—Claro, colecciones de cuentos que salían con las revistas, que no se ven mucho ahora.
—Eso ayuda a que llegue gente.
—Ojalá. Ojalá que algo de la gente que viene a buscar los libros gratis después vuelva a comprar libros acá.
Conversamos un poco más, de política y de cómo está el mundo en la actualidad, pero eso es otra historia. Me despido de él y de su hija y anoto para volver con tiempo, porque esta librería es para sumergirse en las estanterías y revisar uno a uno, descubrir y sorprenderse con lo que se ha encontrado y salir prometiendo regresar, porque es de esos lugares para siempre volver.
Quiero confiar en que esta breve conversación sea suficiente para que ustedes, al leerla, decidan darse el tiempo de ir a Libros de ocasión; pero no como una promesa vana, sino como un hecho, una cita para bajarse del tren de las prisas, dar unos pasos hacia el lugar correcto y dedicarse a buscar y rebuscar. No se van a arrepentir.
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