«Incluso los enemigos se respetan cuando están en este camino»
Siempre ha sido para mí un gusto visitar novelas de ficción histórica; tienen un encanto relacionado con el aprendizaje, y al mismo tiempo son un punto de acceso a ese limbo entre la verdad y la fantasía, que puede servir como un enlace con las ansias de explorar más acerca de la parte real de la historia.
La ruta de la seda es una legendaria ruta de comercio que funcionó, y en cierto modo aún funciona, en una enorme parte de Asia desde tiempos inmemoriales; punto de encuentro para comerciantes, sitial de seguridad para viajeros, localización de pillos y charlatanes, y hogar transitorio de algunas de las riquezas más asombrosas jamás creadas, este sinuoso camino ha encantado e ilusionado a millones a lo largo del mundo.
Incluso en la actualidad, en donde podríamos pensar que, con la rapidez y facilidad de los vuelos turísticos, estos rudimentarios viajes no serían interesantes, la ruta sigue cautivando por su magia imposible, y conquistando a visitantes y espectadores; parece imposible que personas a camello pudieron atravesar esas áridas zonas hace miles de años, pero la evidencia palpable es tan fuerte como las leyendas allí tejidas. Es de esta magia de la que se nutre el imaginario colectivo, tanto ayer como hoy, de los comentarios en las pequeñas urbes, y los susurros que de persona a persona se convierten en mito.
Una novela que toma elementos y localizaciones históricas reales es una aventura que nos invita a descubrir otra vez, a visitar documentales o reportajes, y conocer mucho más del mundo que nos rodea.
Desde la majestuosa China hasta el imperio Persa, desde las imposibles montañas heladas hasta las tormentas de arena que pueden derribar castillos.
Con este contexto, los invito a conocer mi reseña de “Los ladrones de seda” este viernes, y a descubrir este libro tan pronto puedan.
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