Durante la década de los 70, Armistead Maupin comenzó a escribir sus «Historias de la ciudad» contando distintas historias acerca de la comunidad LBGTQ de San Francisco en esos tiempos, y quizá nunca pensó, que llegaría más allá, pero lo hizo, pues llegó a la televisión.
Entre 1998 y 2001 se exhibió por la televisión Armistead Maupin’s Tales of the City que tenía como protagonistas a Laura Linney y Olympia Dukakis. En esta nueva versión, ellas continuarán con sus roles de Mary Ann Singleton y Anna Madrigal, respectivamente.
En su momento, dicha serie fue un suceso de ser la serie más inclusiva, de mostrar a la comunidad de una manera más real, lejana al clásico estereotipo que había predominado en la televisión hasta ese momento, ya que los 90 no sabía cómo presentar bien el tema de la homosexualidad. Y en ese sentido Tales of the City fue sincera y un soplo de aire fresco para la época, y veíamos como la joven e ingenua Mary Ann conocía y se encantaba con un mundo único.
Sin embargo y afortunadamente, los tiempos han cambiado tanto para Mary Ann como para la comunidad LBGTQ y sus historias en general. La comunidad ha evolucionado y también como se les lleva a la pantalla, por lo tanto, el hecho que Mary Ann regrese a Barbary Lane a reencontrarse con Anna Madrigal es necesario, y así, y contando con los guiones de Lauren Morelli (Orange is the new black) nos introduce a la nueva miniserie de Tales of the City.
La historia funciona bien, con Mary Ann regresando después de muchos años, y de buenas a primeras la llegada de ella a la casona y admirarse de lo llena que está y lo viva que está, es sin duda una señal de lo lejos que hemos llegado en la prominencia y variedad de historias queer en la televisión, en ese sentido este nuevo Tales la trata en gran medida como la molesta (aunque por lo general bien intencionada) intrusa en la historia de todos los demás, porque volvemos a conocer este mundo desde su punto de vista.
Como toda serie antigua que regresa, nos presentan muchos, pero muchos personajes nuevos, y divide su lealtad entre los personajes que ya conocíamos y los nuevos. Olympia Dukakis está de vuelta como Anna Madrigal, la dueña trans de la colorida casa de huéspedes en Barbary Lane que se siente como una actriz más del elenco. Otro de los que regresan es Paul Gross repite su papel como el promiscuo ex de Mary Ann, Brian, mientras que Murray Bartlett es Michael (también conocido Mouse), quien en su momento, le enseñó tanto a Mary Ann sobre la cultura gay en su época.
¿Y a quienes tenemos en la nueva generación? Está Shawna (Ellen Page), la hija adoptiva de Brian y Mary Ann, que un poco intenta buscar quien es y donde está su vida mientras atiende un bar, y pensando que ella es hija biológica de ellos es un plot melodramático muy de Maupin. También tenemos a Jake y Margot, que poseen uno de los plots más interesantes porque ellos vienen lidiando con las consecuencias de redefinir su relación a raíz de su transición de género. (Y la razón de esto que fue un plot interesante también tiene que ver con lo rápido que puede evolucionar la cultura, Margot admite a una amiga que echa de menos formar parte de una pareja de lesbianas, y que creció soñando que tendría una esposa e hijos).
Michael todavía vive en la casa de huéspedes, pero pasa mucho tiempo con su novio más joven Ben (Charlie Barnett de Russian Doll). Y finalmente tenemos a una recién llegada, Claire (Zosia Mamet), quien tiene la intención de hacer un documental sobre Anna y la transformación de la ciudad en los últimos 50 años. Por otro lado tenemos también a la dulce Ysela, interpretada por la querida Daniela Vega, una amiga del pasado de Anna, que le recuerda acerca de elecciones que tuvo que tomar y que el pasado pese a que lo ocultemos, siempre está ahí.
Lo que más me gustó fue que se logra mostrar bien todas las historias, y mostrando un nuevo desfile de personajes que conviviendo con los antiguos muestran un equilibrio muy agradable entre lo nuevo y lo antiguo, pero eso no lo excluye de problemas. Sin ánimo de entrar a muchos spoilers, la serie tiene muchos, pero muchos elementos que pueden llevarnos a nuevas y buenas historias en que no es sencillo responder si es algo bueno o malo, como es el caso entre Mouse y Ben cuando su relación se pone a prueba al Ben ser expuesto a juntarse con gente de la edad de su novio, porque uno se hace la pregunta, de que se ha luchado por tanto tiempo con los prejuicios, pero… ¿se han ido del todo, incluso aquí? Esa es sin duda una de las mejores escenas de toda la serie y frustra mucho el que no se vean más historias así. Porque no todo es blanco y negro, a veces es gris y uno puede o no responder esa pregunta, y eso es lo que habría dejado más precedentes en esta serie.
Otro detalle, quizá muy menor es el hecho de que siento que no aprovechan bien el hecho de estar en San Francisco. Esta ciudad es prácticamente el punto de referencia en cuanto a tecnología se refiere y no hay casi nada de eso. No hay menciones a Sillicon Valley, No hay ningún personaje como aficionado a la tecnología. Las redes sociales y los espacios digitales están relegados a las bromas, como hermanos influencers que más bien su papel es ser el alivio cómico.
En contraste a eso, hay desfiles y hay escenas de protestas que honestamente me hubiese gustado ver más de eso.
Con todas las fortalezas y defectos que posee, Tales of the City no deja de ser una serie que se siente como algo maravillosamente hecho, y que transmite mucha, pero mucha dulzura. La continuación de Netflix se siente como un cálido abrazo de un viejo amigo con quien realmente deseabas ver hace mucho tiempo y ponerse al día. Esta nueva temporada encontró una manera de honrar el espíritu del original mientras celebraba la cultura queer de hoy. Al explorar las variadas experiencias de tres generaciones de personas LGBTQ, «Tales of the City» encuentra que nuestras necesidades siguen siendo las mismas: conexión, familia elegida y vivir la propia verdad. Porque, ¿para qué vivir el amor con pocos colores cuando posees todo el arcoiris para hacerlo?
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