Está de vuelta un icono imperecedero del Cine: Bill Murray. Lo hace aplaudido, en un drama con tintes de comedia y de la mano del novato director Theodore Melfi. “St. Vincent” llega a las salas locales luego de una larga gira festivalera, y te la revisamos en exclusiva (cortesía de BF Distribution).
“St. Vincent” pertenece a una rica estirpe de cintas pequeñas, independientes, dramáticas y cálidas que abordan un rescate desde la soledad y la alienación medidas con la vara de envejecer. Apenas al pensar el subgénero, cintas magistrales como la dramática “Gran Torino” saltan a la cabeza, dando crédito a la tradición. En este caso, Bill Murray usa la comedia negra para dar vida a Vincent, nuestro bastardo y amargado viejo solitario de turno: un cabrón jugador y bebedor que pasa sus días encerrado en su vieja casa de los suburbios de NYC. Todo cambia con la llegada del pequeño Oliver (interpretado magistralmente por el debutante Jaeden Lieberher), un niño que irrumpe en el vecindario de la mano de su aproblemada madre (Melissa McCarthy), el encargado del rescate y que romperá su esquema de vida para siempre.
Theodore Melfi le saca jugo a su reparto, y logra ahí la máxima fortaleza de la película. Bill Murray saca su arsenal y se luce como en sus mejores años, y da gusto verlo moverse tan bien fuera de esas ocasionales apariciones en los trabajos de Wes Anderson (y un par de famélicas apariciones en vivo que tuvieron a todos sus seguidores algo preocupados). Después de todo, la comedia negra es su fuerte y el veterano actor la maneja aquí a sus anchas. Pero “St. Vincent” es también un drama, y es en ese terreno donde la cinta deambula en la cuerda floja. Vincent, por supuesto, oculta en su interior más de lo que su antipatía y odio por el Mundo demuestra, y Oliver comenzará a penetrar en su mundo con dolorosos descubrimientos. Lieberher y su madre logran aquí los puntos más altos, pero también es en ese drama donde se nota más el noviciado del director. “St. Vincent” se tienta demasiado a pasar al melodrama, el factor “cebolla” se desmesura a ratos y amenaza con caer en el cliché (con una escena de discurso final que, no les mentiré, emociona aunque sea el truco más viejo del libro). Sin embargo, las virtudes de Theodore Melfi superan a los defectos, y basta ver esta película para saber que el director dará pronto de que hablar.
En resumen, “St. Vincent” es una pequeña, bella cinta de corazón puro (tal vez demasiado a ratos), con momentos donde su director y elenco dan de lleno al clavo, y algunos excesos que la ponen apenas un peldaño debajo de los grandes exponentes del género. Un regreso digno de Bill Murray al protagónico y la prueba de que aún le queda harta gasolina en el estanque.
“St. Vincent”, desde los Globos de Oro a los cines chilenos desde el 22 de Enero.
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